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Correr contra el viento.

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El día que naciste, la nieve no caía del cielo, sino que el viento la arrasaba de lado, blanqueando la ciudad horizontalmente. Los lugareños, convertidos en figuras desdibujadas de un cuadro mal colgado, avanzaban a ciegas intentando orientarse en un mundo en el que la noción de arriba y abajo había quedado suspendida por tiempo indefinido. El temporal era tal que el médico estuvo a punto de no asistir al parto. Sin esperarlo, te abriste paso con tenacidad hasta aplacar los aullidos rabiosos de la ventisca con berrido de huracanes recién estrenados. Imitando a la brisa que se cuela entre los pinos, aprendiste a silbar. Montado en bicicleta, le jugaste carreras a las ráfagas más ágiles y sobre tu piel quedaron las cicatrices de las veces que la geografía te recordó que el cuerpo humano carga con la desventaja de tener peso y no es inmune a la fuerza de la gravedad. Te lanzaste tras sus chiflidos y remolinos por senderos, montañas y ríos. Llenaste tus pulmones con el oxígeno pat

Puentes

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Puentes -¡Dejá ese libro de una buena vez! –el tono se parece más a un grito que a una sugerencia. Las gafas bifocales me dificultan descubrir quién es el que habla. Está parado delante de mí y espera. Alguna vez he visto ese rostro ajado que me contempla entre enojado e impaciente, pero no puedo precisar cuándo ni dónde. ¿En qué momento se ha metido en mi casa este hombre dispuesto a alejarme de mi querido señor Darcy? -¿Por lo menos escuchaste lo que te pregunté? –insiste el extraño suavizando un poco el carácter. ¿Acaso no se da cuenta que la música de la orquesta no me permite escuchar nada que no sean palabras de amor? Tal vez no ha reparado en el hermoso vestido de seda que llevo puesto para la ocasión. Lo que no entiendo es qué hace esta mancha de sopa en mi pecho, ni por qué habré elegido precisamente este modelo que recuerda tanto a un camisón. ¿Será el último grito de la moda? Debo admitir que nunca estuve muy atenta a los dictados de su frívola tiranía. -Te pregunté